- Suplementos
- Tendencias
- América
América, una mirada volcada a la historia
/
L a imagen que proyecta
Latinoamérica al mundo es tal vez la de sociedades con la mirada volcada al
pasado. Habría una especie de obsesión por la revisión constante de su
historia, según el periodista argentino Andrés Oppenheimer. La publicación de la Historia de la historiografía
de América 1950-2000 es una oportunidad única para verificar ese fenómeno
característico. Además, es una ocasión para conocer de manera precisa y
fidedigna el camino recorrido por la ciencia histórica y ubicar a la
historiografía actual con respecto a las obras que le precedieron. Más
precisamente, tener una “visión de conjunto de las imágenes reales e
imaginarias construidas sobre el pasado de América en la segunda mitad del
siglo XX”. De esa manera, llenar el vacío de información acerca de cuánto, cómo
y por qué se ha escrito tanta historia. Interrogantes que apuntan a reflexionar
acerca de las fortalezas de la disciplina, al tiempo de tomar conciencia
de las insuficiencias en la manera de pensar y hacer investigación del pasado.
La obra
Compuesta por tres
volúmenes independientes, aparecidos entre 2009 y 2011, Historia… es calificada
por el prologuista Miguel León Portilla como “una especie de toma de
conciencia, amplia y afortunada que será frecuentemente consultada, por no
decir de obligada consulta porque existe la posibilidad de sumergirse en una
amplia gama de temas historiográficos de varias regiones y países del
continente”.
Cobra así relevancia no
sólo debido al desarrollo del tema, al periodo tratado, sino también al fuerte
sustento documental que la nutre.
Dedica su atención, por
separado, a la producción historiográfica en América del Norte, Centroamérica y
América Andina. Ese conjunto de 1.056 páginas ha sido recogido, recientemente,
en un CD interactivo. El Instituto Panamericano de Geografía e Historia
persigue generar de esta manera mayor difusión, tanto entre profesionales como
en el público interesado.
Veinticinco historiadores
profesionales, bajo la coordinación general de Boris Berenzon Gorn -historiador
mexicano- y Georgina Calderón Aragón -geógrafa mexicana-, lograron establecer
ese enorme corpus coordinado y publicado por la Universidad Nacional
Autónoma de México. Se trata de un ejercicio que da cuenta del estado actual de
la historiografía de nuestro continente, tomando en cuenta la innegable
importancia de las obras pasadas.
¿Cuál es el concepto de
historiografía que domina en la obra? Se ha asumido el de historiografía como
retórica del TiempoEspacio, tomando la más reciente definición de Helena
Beristáin, que se apoya en el pensamiento de Immanuel Wallerstein. A partir de
ello y de las líneas generales planteadas por los coordinadores, se buscó que
cada uno de los autores, adscrito a determinada región, refleje su propia
retórica de la historiografía. Por ello, los coordinadores afirmaron que el
propósito deliberado fue tener “un concierto de voces de las posibilidades de
la heterodoxia”, debido a que “no existe otra forma de plantearse una
investigación tan disímbola como lo es nuestro propio continente”. Así las
cosas, desde el principio estamos advertidos de los contrastes existentes entre
las contribuciones, razón por la cual no existe homogeneidad de criterios y
menos formas narrativas comunes.
¿Por qué centrarse entre
1950-2000? En primer lugar, porque se debía completar la visión que se tenía de
la primera mitad del siglo XX, presentada por los historiadores mexicanos
Silvio Zabala y Leopoldo Zea. Luego, porque es un periodo en el que se crean
nuevas instituciones que impulsan la profesionalización y, finalmente, porque
los numerosos eventos históricos condujeron a los investigadores a repensar los
enfoques de las historias de sus respectivos países.
América del Norte. El
primer volumen, coordinado por Boris Berenzon Gorn y Georgina Calderón Aragón,
reúne la producción de 22 autores dedicados a la historiografía de
Norteamérica. Ellos tocan independientemente la historiografía diplomática; la
geografía histórica; la cultura, las mentalidades y el inconsciente; los
movimientos indígenas campesinos; la política; la región; la visual; los
derechos humanos, el género y el patrimonio.
¿Qué significado tuvo este
primer volumen? Una ruptura, según el historiador mexicano Enrique Semo, que
acabó con el mito del pasado de dividir la América en dos continentes: América del Norte
(anglosajona y francófona) y América del Sur o Latinoamérica (hispanófona). Esa
división que no tiene justificación geográfica -insostenible en tiempos
de globalización- deja a Centroamérica fuera, a pesar de representar una parte
de México. De tal suerte que esa división juzgada arbitraria, falsa y nociva
fue abandonada en la obra. Al igual que la idea vehiculada en numerosa
bibliografía estadounidense, en la que se sostiene que “el océano Atlántico ha
sido el corredor de intercambios espectaculares de gente, tecnologías e ideas,
que permite estudiar Europa y Norteamérica como una unidad”, y dejando
Latinoamérica como “otra civilización con rasgos muy diferentes”.
Como señala Enrique Semo,
en la obra se demuestra que no hay razón plausible para dividir el continente
en dos. La realidad contemporánea ha hecho añicos aquella afirmación. Gracias a
los trabajos de Patricia Eugenia de los Ríos y Julián Castro Rea, se comprende
que las relaciones del norte y el sur del continente han estado entrelazadas
históricamente desde hace mucho.
La elección de balances
historiográficos temáticos impide tener una visión de conjunto de la
historiografía del norte. La fuerza, sin embargo, consiste en la posibilidad de
penetrar en el detalle de las publicaciones por ámbitos de estudio. Por
ejemplo: conocer las diversas fases de la consolidación de los estudios de
género como reflexión de las mujeres mexicanas y explorar las miradas
metodológicas de los estudios sobre el campesinado revolucionario que hoy
siguen las autonomías indígenas.
Centroamérica. Francisco
López Solano es el responsable del segundo volumen que apunta a ver las
coincidencias en el pensamiento histórico en la región centroamericana. Este
historiador, de entrada subraya la existencia en Costa Rica de una sólida
producción histórica fruto de una activa comunidad de estudiosos sometidos a
una evaluación periódica. Mientras, Miguel Ángel Herrera insiste en presentar
la estrecha relación entre historia y política en Nicaragua. Más precisamente,
en la modalidad histórico-discursiva desde el centro de la cultura que moldea
el poder político.
Por su parte, José Eduardo
Cal Montoya muestra los cambios en las temáticas históricas al calor de la
convulsión sociopolítica de su país. A diferencia de ello, Fina Viegas insiste
en el carácter exploratorio de su ensayo destinado a mostrar el contexto
bibliográfico, archivístico e institucional.
Finalmente, está el caso
de Honduras que, a pesar de su reducida comunidad de historiadores, ha logrado
descentrar el trabajo histórico e ingresar a un revisionismo cuyos frutos son
muy interesantes para el resto del continente americano.
América Andina. El tercer
volumen fue coordinado por el historiador peruano Teodoro Hampe Martínez, quien
ha estimulado la elaboración de una historiografía por país, dejando en
libertad a los seis autores invitados a optar por la metodología y la forma
narrativa que más les convenga. Se crean de esta suerte contrastes como rasgo
de diversidad y riqueza. Mientras algunos autores prefieren simplemente listar
la bibliografía más relevante, como hace Antonio Cacua Prada de Colombia, otros
prefieren una aproximación cuantitativa para ofrecer estadísticas de la
producción de libros y de historia para establecer coyunturas (como hace la
autora del presente artículo, Carmen Beatriz Loza, de Bolivia).
Lo hecho contrasta con los
análisis más clásicos destinados a ofrecer panoramas de síntesis, en los que
interviene tanto la producción de los países como la americanista, según hacen
notar Teodoro Hampe Martínez del Perú, Jorge Núñez Sánchez del Ecuador y María
Elena González de Luca de Venezuela.
Casi en todos los casos se
verifica la trama entre instituciones dedicadas al quehacer histórico como las
academias, universidades, editores y miembros de los comités de revistas. Esa
trama ha sacado a luz la necesidad de formalizar un colegio o gremio de
historiadores profesionalizados para afirmar el campo histórico y afianzar el
rol del historiador en la sociedad, sobre todo en vista de que está siendo
permeado por abogados, politólogos y, muy recientemente, invadido por
comunicadores sociales. En términos generales, en los Andes se abandonó
el positivismo histórico debido a la incorporación de nuevas corrientes o
escuelas de pensamiento que se han presentado a lo largo de generaciones. La
fuerte influencia francesa de la
Escuela de los Annales y las tendencias desarrolladas por los
estadounidenses marcaron a los historiadores latinoamericanos, los que
cambiaron de preferencias temáticas. Por ejemplo, se produjo el abandono
paulatino de la historia política y militar para pasar al auge de la
investigación de la historia económica y social en el Perú, Ecuador y
Venezuela. Aunque el Perú, a pesar de todos los cambios, mantuvo, durante más
de 30 años, una investigación histórica marítima de alta calidad.
La revisión temática
permite ver que los historiadores asumen la historia como aquella que “va más
allá de lo que acontece en el plano oficial y en la necesidad por formular
aportes en otros planos de la vida social”. A pesar de ello, se evidencia un
desequilibrio en el apoyo para la publicación de los trabajos y la
investigación de largo aliento.
En suma, la Historia de la
historiografía de América 1950-2000 permite matizar la visión de Andrés
Oppenheimer. No en todos los países existen las condiciones para la producción
histórica. Los contrastes son muy grandes debido al grado de
institucionalización y de consolidación del campo histórico. La falta de
espacios de trabajo y de incentivos impide un desarrollo armonioso en las
Américas.
1 comentario:
Publicar un comentario